Misa trunca, pero «Grande»

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Una vez más los conciertos de Semana Santa se colmaron de obras de contenidos religiosos por aquí y por allá, con el atractivo de despejar caminos a ciertos repertorios nuevos o rezagados.

La apretada sucesión de pocos días y la abundancia de la oferta obligó al público a idear complejos rompecabezas para asegurar una buena asistencia a estos eventos, algunos programados sólo una vez. La temporada de la Orquesta Sinfónica Nacional tuvo el buen criterio de ofrecer en el teatro de Plaza Baquedano en tres funciones (más una en Valparaiso) su contribución sacra: la «Gran Misa en do menor» de W. A. Mozart.

El título de la obra está muy bien puesto, porque al extenderse exactamente por una hora, se convierte en «Grande», superando a la gran mayoría de las misas de otros famosos compositores. Y también su concepción con partes corales tan imponentes contribuyen a la justificación del nombre.

Pero es una misa incompleta, rara, cuando no desequilibrada en su estructura, ya que al seguir las partes del oficio latino omite el «Agnus Dei» final y resta una buena parte al «Credo», dedicándole una gran dominancia al «Gloria». Si fuera una misa entera duraría unos cien minutos o más. Dejando esto como anécdota debe admitirse que la obra llegó en toda su grandeza en una versión privilegiada en tal aspecto por el maestro director Rodolfo Sanglimbeni. Con el riesgo de exceder grandezas y entrar en el peligroso terreno de las durezas bombásticas, su batuta consiguió éxito pleno, manejando un recurso sonoro que superó el centenar de intérpretes. Entre ellos el Coro Sinfónico de la U. de Chile jugó un rol preponderante, por la importancia de partes asignadas y por su canto de solidez ejemplar. La orquesta, no siempre en conjunción sonora plena, respondió bien a la señalada grandeza coral y en el rol acompañante del canto solista, aunque con algunos ripios. Punto aparte en los logros lo jugó el cuarteto de voces solistas que, debe reconocerse, la pluma mozartiana desbalanceó, ya que la pareja masculina casi no canta, teniendo aquí un buen, pero fugaz, bajo (David Gáez) y un tenor (Felipe Gutiérrez) casi inaudible. El flanco femenino, en cambio, mucho más protagónico por libreto, brindó una actuación sobresaliente. Las sopranos Tabita Martínez y Fanny Becerra hicieron gala de sus condiciones expresivas emitiendo agudos y coloraturas muy bienvenidas, pero algo ajenas al carácter religioso de una misa.

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